Agustina Fontirroig
«Me apasiona contar historias: soy fan de las palabras, las imágenes y la combinación de ambas. De Argentina al mundo, no estoy aquí para pasar como si no fuera nada.»

Hay quienes dicen que a los lugares donde fuiste feliz no debieras tratar de volver. Hay otros que dicen que hay que volver a un lugar que no ha cambiado mucho para ver cuánto cambió uno.
Este 2019 arrancó con el furor de #10YearsChallenge, reto y desafío que generó muchos adeptos, quienes mostraron orgullosos (o no tanto) cómo el paso del tiempo ha repercutido en su presente.
El paso del tiempo es tirano. Hace que las cosas que te fascinaban de chico te parezcan algo bizarro de adolescente y otro poco mediocre ya de adulto. También hace que añores esas cosas que de chico no valorabas, y que de grande pagarías por tener.
Pero todos sabemos bien que no necesitamos de revisar un posteo para saber – o sentir, mejor dicho – cómo nos pasan los años.
Mi balance del paso del tiempo se lo debo a la ciudad de veraneo a la que he asistido casi rutinariamente todos los años. Todos los 16 de enero mi alarma suena un poco antes de las 6 de la mañana. Sea lunes, jueves o domingo, el ritual es el mismo. Desayuno y a la ruta. La misma ruta, el mismo camino. La misma ruta, todos los años. Mar del Plata, todos los años. Mar del Plata es la ciudad más distintiva de la costa argentina. Históricamente vio vacacionar a las familias más importantes y sofisticadas del país. En momentos donde tomar vacaciones eran realmente un lujo, y la gran mayoría de la gente no acostumbraba a viajar tanto como puede llegar a ser ahora.

Aunque no fuera parte de esa elite, mi papá vacacionó ahí toda su vida. Sí, toda su vida. Conoce algunas playas del caribe, pero Mar del Plata puede más. Todos los años lo veo caminar por la avenida que da sobre el mar y lo escucho decir “Que lindo, por Dios”.
A veces no sé si es tanto lo que le gusta realmente, o es porque puede llegar a ser el único recuerdo que le queda de sus antepasados. De sus eneros con ellos, que claramente hoy ya no transitan este plano. Hasta ahora yo también participo del ritual. No sabría cómo plantear la posibilidad de ya no viajar más. Quizás sea el miedo a creer que es dar vuelta la página y asumir que ya no soy esa chiquita que se abrazaba al mar sin importar si estuviera sucio o revuelto. Asumir que muchas cosas cambiaron.
A mí me vio veranear casi la misma cantidad de años que tengo. La única vez que no vine fue el año que falleció mi abuela. Después todo igual. A Mar del Plata la conozco. La conozco con sol, nublada o con lluvia. Con calor o con frío. Con unos talles de pantalones más que el que tengo hoy. La conozco con malla y bracitos salvavidas, la conozco también con bikini y un poco más desafiante. La conozco con más o menos bronceado que ahora. Conozco sus calles de memoria. Todos los años juego a reconocer los mismos locales de siempre, a asombrarme cuando veo alguno que no está más, o a descubrir los nuevos que fueron asentándose durante el resto del año. Lo conozco tanto que no necesito saber casi el nombre de sus calles. Igual puedo llegar a muchos lugares casi de memoria.
Como bien sé, me vio veranear desde que era muy chica. Me vio armar castillos en la arena. Me vio tomar mates y jugar al tejo con mi abuelo. Ese que hoy me falta, y cuando veo un poco de arena lo extraño más. Me vio reírme y pasea
con mis viejos. Esos que decidieron terminar su matrimonio, y por eso hoy me llega un Whatsapp de mi mamá preguntándome cómo va todo y si el día está para playa. También me vio cantando alguna banda de música, algo desfachatada, comprándome ropa. Y me vio preocupada por la facultad, angustiada por algún que otro quilombo familiar, a veces un poco más desorientada con mi vida y desesperanzada por lo que fuera a venir.
Como a todo, a veces creo que la conozco tanto que la desconozco. No sé si tiene museos, no sé cuál es el lugar por excelencia para comer pizza, y ni siquiera conozco el puerto. Más lo pienso y más reconozco que no la conozco. Como a veces creo que no me conozco a mí. Pero en definitiva Mar del Plata es enero, es un nuevo año, es familia. Es como el origen de todo.
Mar del Plata para mí es arrancar el año. Y arrancar un año siempre es como una alarma que hace ruido y te dice “mirá para adelante”.

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